La poesía no puede ser explicada, de serlo termina en el campo del ensayo.

viernes, 26 de octubre de 2007

La Espiral Poética

Uno termina por mimar su obra como si fuera lo único que existiera. Es inconcebible un artista no narcisista. La denominación -a fuerza de usarla- ha perdido su originaria furia descalificadora. Hoy es de libre consumo y auto aplicación como si se tratara de un rasgo perfectamente compatible con la creatividad. El poeta se mira en sus letras como Narciso en su estanque. El uno y otro van a sumergirse en su auto abrazo mortal y desaparecer antes o después. Eso es mucho más que una alegoría simbólica. La obra poética envuelve como una frazada a quien lo escribe. El Neruda de la fama le quedaba poco de poeta ante la sensibilidad del cartero que le traía el borrador del suyo. El poeta que en eso de estarlo se ha puesto si tiene dudas sobre sí mismo, sobre su tarea o sus proyectos , sobre lo que pinta en el mundo éste, tanto el de las letras como el de la oralidad discursiva, no tiene más que releerse para reequilibrarse dentro del pódium de seguridad que se ha construido.
De tipos de poesía debe haber tantos como de sensibilidades o-también- técnicas haya detrás y de inter-distancias entre ellas, las mismas como mínimo que las personas guardan entre sí. Los manuales necesitan de las clasificaciones. Parece que una unidad didáctica no sigue adelante sino se estructura en puntos y subpuntos, en llaves y claves, en apartados, casillas e ítemes. Pero lo cierto es que no hay una obra literaria igual a otra a excepción de aquellos que plagian, pero eso es un asunto para criminólogos y analistas del comportamiento humano. Eso, la significación individual de cada propuesta escrita, tiene sus ventajas: cada autor tiene derecho a la palabra escrita (también se puede decir de cualquiera que desee tomarla sin hacer de su vida una contribución a la literatura) y a ser considerada en sus diferencias. Esa consideración es una hipótesis. Si bien todo el mundo tiene derecho a hablar no tiene las garantías a ser escuchado, leído o comprendido. Pero en principio el aval para el derecho de hacerlo proporciona un salvoconducto a quien elige escribir su expresión con la seguridad de que no va a ser igual a nadie.
Salvo plagiadores y pijos que acuden al formato poético sin tener alma poética, la poesía requiere un talante, una ociosidad, un alejamiento pausado. En realidad no hay individuo urbano que pueda satisfacer esa clase de función plenamente. La figura del poeta transmístico se nos escapa en evocaciones del pasado y el de ahora está más preocupado en publicar y en ganar concursos que en seguir los impulsos de esa alma oceánica si es que la tiene. Inevitablemente hay poetas estresados y malhumorados, los hay rencorosos y mal-gente que esperan honores y rosas sin espinas, que se le canten glorias y lo eleven a los santorales del momento. Como que la mezquindad humana se abre camino en todos los campos, el poético no queda a salvo de ella. Inevitablemente la poesía se llena de gente con sus trifurcas que la enriquecen o al menos que la aumentan en dimensión y tamaño. Sirva esa consideración para desmarcar lo poético de aquellos atributos cuasi sagrados de la sensibilidad personal o de la honestidad con la verdad. También se ha escrito poesía desde la mentira y se ha hecho conciliar cualquier cosa con tal de que rime. No seré yo quien subscriba la ecuación de que la estética poética implique siempre la ética personal de su autor. Dicho esto y destilando implícitamente mi no-pertenencia a escuela, forma, fórmula, estilo, marco alguno sigo por los vericuetos que me llevaron a la poesía.
La experiencia que he tenido y tengo con ella en el doble rol de autor-escritor es el de un itinerario por lo sentimental sin necesidad de acudir a los argumentos. La poética ha sido a temporadas un campo maldito del arte. Los más atrevidos hicieron performances alucinantes. Los menos ruidosos la han ido manteniendo como una actividad más bien callada que ha formado parte de su vida privada. Pertenezco a los segundos sin haber hecho nada por pertenecer al otro grupo. La idea de organizar espectáculos con la palabra versada o actos puntuales que protagonicé con ella no los viví tan bien como durante su preparación. Me he seguido refugiando en mis libretas manuscritas cuando eh tenido el impulso de expresarme en su clave, en lugar de acudir al artículo o al relato, algo que proporciona experiencias creativas completamente distintas. Decidir componer un texto poético o dejar que brote sin más por los dedos es difícil de explicar. Cualquier otra forma de texto: desde pintar una pared estéril con una consigna a enviar un email colectivo pidiendo un acto de solidaridad tienen su lógica. El poema no la tiene por ningún lado. No puede formar parte de la planificación gélida. No hay nada más triste que la moda que se ha extendido de leer poemas mal construidos para las bodas o de buscar palabras para frases inconsistentes de amantes poco diestros que quieren pasar por románticos. No, la poesía no es para todo el mundo. Escribir sí lo puede hacer todo el mundo, poetizar lo dudo. No tiene nada que ver con el talento sino con una disposición al intimismo. Sé de gente que se avergüenza cuando es descubierta escribiendo poemas, otra que nunca los dan a conocer, otra más que renuncian a hacerla para que no sea descubierta su vulnerabilidad.
Mi trato con el campo de lo poético como lector me ha proporcionado muy buenos momentos en el goce inmediato de consumo de imágenes no captables de ninguna otra manera; y como autor me reafirma en la tesis de que hay cosas inexplicables solo en clave poética. Tal vez porque crea que la declaración sentimental de cada poema salva a cada uno de sus versos (en realidad predicados ocultos) de la quema, o de la objeción del contrario. Acudir a la poesía es como guarecerse con la música clásica o con entornos tranquilos fuera de los atascos verbales librándose de prosas lesionantes y de noticias superfluas. Como poeta me siento habitante de un oasis. No tengo vergüenza en tal autodefinición. No participo de esas confusiones denominativas que dejan que otros expertos lo juzguen o que esperan el reconocimiento de editoriales o premios. Después de tres decenas de títulos de libros debo admitir ante mi mismo que componer poemas me ha llevado muchísimas horas de mi vida siendo una constante ahí donde he estado y siendo un recurso expresivo no superado por ningún otro. No sé si seguiré escribiéndola mientras viva, lo que no voy a hacer es renunciar a ella por supuestos de que está pasada de moda, no tiene público suficiente o carece de seguimiento. Escribirla y volver a ella me ha servido para saber más de las palabras y de lo que dicen, de la gente y lo que es, de mí y de lo que soy. El saldo es positivo. Posiblemente cada poema más que pertenecer a su libro y a su época pertenece a una espiral poética de por vida, en una especulación continua del sentimiento existencial, de sus paseos laberínticos y de sus vuelos pretendiendo escapadas o reinos, pasando por infinitas versiones compuestas y recompuestas que gritan en silencio: soy y existo.

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