La poesía no puede ser explicada, de serlo termina en el campo del ensayo.

martes, 23 de noviembre de 2010

El texto como objeto percibido.

El texto como objeto percibido.JesRICART

Las construcciones gramaticales no engañan aunque la intencionalidad verbal juegue en el campo contrario a lo que se revela inconscientemente. En el modo de armar las oraciones y encadenarlas se hace algo más que expresar un relato, se expresa la propia personalidad del relator. Hay excepciones a eso cuando la normatividad lingüística pasa por la estandarización de la forma hasta tal punto que no hay diferencia entre un hablante y otro. Recuerdo el tono y énfasis del “¡sí, señor!” del recluta al cadete, sin que hubiera diferencias entre aspirantes a galones o licenciarse cuanto antes. De las formas de hablar los hablantes dedican/mos gran parte de conversaciones y reflexiones. Hasta es posible que una tentativa temática se llegue a otro campo completamente imprevisto. Octavio Paz en su ensayo-poético, por clasificarlo de alguna manera, El mono gramático en su antepenúltima página dice: “ahora me doy cuenta que mi texto no iba a ninguna parte, salvo al encuentro de sí mismo. Advierto también que las repeticiones son metáforas y las reiteraciones son analogías: un sistema de espejos que poco a poco han ido revelando otro texto”.

De un tema propuesto, el que sea y dónde sea, las derivas colaterales a las que da a lugar proporciona una sucesión de temas y hasta nuevas virtudes que pueden incluso superar la propuesta original. En disculpa de navegantes dispuestos a explorarlo todo apartándose de la ruta planeada es que la ambición de aprender va en detrimento de consolidar lo aprendido pero antes o después Ulises vuelve a Penélope. Si alguien no vuelve a la ruta, al tema eje, se corre el riesgo de que la exploración se eternice. Metafóricamente el viaje intelectual pide el auto-recordatorio continuado del marco en el que se está hablando y corregir el sesgo de ir al oquedal eludiendo el bosque enmarañado por las inconveniencias de tantos vericuetos y matojos. La tendencia discursivo-espontánea tiende a lo fácil (el cerebro es biológicamente vago), la necesidad de conocer obliga a rediseñar el proceso de intelección. Por momentos, sensorialmente presumimos de estar pisando firme cuando en realidad solo estamos sobre una restinga puntual. Bucear bajo la superficie proporciona el retrato de otra verdad no esperada y reajustar la impronta de la primera percepción a otras informaciones más severas.

El proceso de intelección (aprehensión de los datos) es pulsátil: no todo lo percibido pasa a una codificación infalible, en realidad nada de lo percibido pasa a ser infalible; es como mucho una estimulación para formar una sensación, que con otras podrá contribuir a definir un cuadro aproximativo lo más fiel posible de aquello que los sensores reciben. El cuerpo humano con toda su dote biológica magnifica no deja de ser una especie de radar que detecta un objeto en su campo sensorial del que aprecia unas cuantas características pero no todas. Cada animal percibe las cosas de manera distinta según sus prestaciones fisiológicas. En esos apercibimientos, cuantos más detalles se alcancen a discriminar del objeto sensorializado mas se podrá decidir de qué se trata y cómo reaccionar ante ello. Eso es lo que permite resultados tan opuestos como encontrar aliados o salvarnos de peligros.

Los textos y/o las palabras (que ya han sido definidos como tantos otros objetos a percibir además de entender) generan prevención o implicación según las autodefensas psíquicas del observante. Como que no hay situaciones ideales, en las que todos los observantes concurrentes participen con la misma intensidad de dedicación al tema que los aglutina: la cuantificación de observaciones sumadas crece exponencialmente pero no por concurran criterios o ideologías muy diferentes sino porque se parte de métodos distintos y en particular de exposiciones distintas a lo observado.

Tomemos una situación en la que un numero n de participantes (cuya cifra exacta se desconoce ni es necesario propósito alguno para conocerla), convocados en torno a un tema (que puede ser el de averiguar como hablamos los hablantes o estudiar cómo se perciben las palabras)inserta en un agregatorio de opiniones las docenas o cientos que puedan ir surgiendo pero con una atención desigual en su lectura y asi mismo desigual en su comprensión, el resultado matemático lógico de complejidad va a añadir al factor de la pluralidad de las opiniones mismas el de la suma de todos los que participan aportándolas sin haber leído todas las de los demás, con lo cual el espacio para la incomprensión ira in crescendo a pesar de que para una parte de la conversación la lucidez sea la recompensa de quienes la conecten. Eso que parece complicado no es tan difícil de entender: quien llega como espectador a la mitad de la película no se entera ni de la mitad, si encima renunciar a ponerse al día de qué va la historia hay escenas que no se llevará nunca en su memoria, resultado: se habrá medio enterado. Pues bien, esa semipercepción de los estímulos es uno de los hechos más llamativos. Por brillante que sea el equipo sensorial del individuo sino barre con el todo lo que hay no se entera de la realidad. El periscopio tiene que hacer un giro de 360 grados para advertir si hay barco enemigo en el horizonte.

Lo que se percibe de cada palabra por citar un objeto aparentemente simple pero que puede tener más de una acepción y por tanto de comprensión, es una cosa u otra según la actitud de sujeto. Para los (que somos) cegatos no es la palabra inasible por densa lo que desactiva (los chinos venden gafas para la presbicia a menos de 3€) sino una actitud resistente no concienciada al objeto mismo. Un objeto aparentemente maqueado, con un look de portada y que quita el aliento como si de una mundaria con las medidas más ensoñadas con libre accésit se tratara, no tiene porque ser lo más conveniente, aunque a primera vista puediera ser lo más deseable, al comprobar que percude lamentablemente lo que exhibe. El objeto, todo objeto en principio dentro del orbe de la tridimensionalidad, también en el de la bidimensionalidad si se insiste en decir que una grafía no tiene ni textura ni volumen y que es plana (todas y no solo las llanas), tiene su interés, su función y hasta su atractivo, aunque depende de cada sujeto que lo admire, utilice o lo encuentre.

Los diagnósticos de todo tipo (de los mercados financieros, de la salud corporal, del estado del inmueble, de la victimidad vial,…) además de basarse en análisis no se resisten a las percepciones que son las que los dejan fuera del umbral estrictamente científico la mayoría de ideas que se presentan o son tomadas como aseveraciones.

Eso nutre las actitudes ambiguas en las que las declaraciones bajo encabezamientos del tipo yo afirmo/yo niego son escasas por temor a la equivocación o por temor al conflicto con los declarantes de sentencias opuestas. Dado el relativismo de lo verdadero y lo falsable, siendo que las verdades son ocasionales y lo que parecían no-certezas contribuyen a exactitudes, dar por definitivamente válido y exclusivo un punto de vista particular sobre una cosa remite a la soberbia. De otro lado, la cancha en la que cabe todo en la que se incluye Ramón de Campoamor con su famosa conclusión “y es que en este mundo traidor, no hay verdad ni mentira: todo es según el cristal con que se mira” deja al observador en la permanente inseguridad filosófica. Sí hay verdades y mentiras y fronteras muy delimitadas entre las unas y las otras, pero también hay un sofismo dispuesto a darle la vuelta a todo y hacerlo aparecer como lo opuesto a lo que es. Lo que nos pasa es que hay un lenguaje que mezcla continuamente la parte con el todo y el adjetivo valorativo para un conjunto está en contradicción con otra para una de sus partes. Puedo admirar la belleza de alguien a bordo de una anatomía con una deformidad de un pie varo y un pulgar valgo que como parte puedo juzgarla no estética y como parte de un conjunto, tal como digo ni siquiera advertible y en todo caso sin incidencia alguna para que destituya mi actitud al conjunto. Bien mirado eso nos pasa con todos los objetos percibibles: una parte de cada estimulo puede ser rechazada y contaminar injustamente el resto, o admirada y aceptar negligentemente el resto. Pasa con productos culturales complejos o puede pasar con cada objeto doméstico que evaluación de su estética puede ser postergada sine die al priorizar su utilidad.

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