La poesía no puede ser explicada, de serlo termina en el campo del ensayo.

sábado, 20 de noviembre de 2010

La victimidad ineludible

La victimidad ineludible.JesRICART

La condición de víctima nos alcanza a todoas antes o después. Aunque la percepción de los terribles sucesos que acaecen cada día “es cosa de los demás”, una mínima reflexión lleva a concluir que eso mismo pensaba esa parte de los demás creyéndose inicialmente invulnerables a la tragedia. Una tragedia es todo revés de suficiente envergadura que frena la libertad de acción e impide seguir el curso de la vida porque un factor imperativo lo sabotea. La tragedia está más relacionada con causalidades externas pero no siempre es así (la negligencia también ocasiona tragedias: dejarse la vela encendida o el pitillo sin apagar y provocar un incendio doméstico). La causalidad externa es lo que coloca el factor de daño en otro que no sea la víctima sino el causante del daño de ésta.

La civilización está basada en unos rigurosos patrones de aceleración donde su ritmo frenético no es atenuado por muchos que sean los peligros. La velocidad urbana no se detiene por duras que sean las consecuencias. En 1928 King Vidor ya presenta esa crítica. En La multitud (The crowd) la niña pequeña de una pareja newyorkina que lucha por sobrevivir en la gran ciudad es atropellada al atravesar la calzada. Durante su agonía en la habitación el padre pide desde la ventana silencio a los que pasan con sus griteríos (el vendedor de periódicos y otros) hasta que baja para pedirle a la multitud ruidosa que no grite en deferencia a su pequeña. Un policía lo llama “al orden” diciéndole que no se va a detener el mundo por las aflicciones de su casa.

La calle como vía de tránsito se divide en dos sectores claramente diferenciados: el de los peatones y el de los automóviles. Se trata de dos territorios contiguos con misiones completamente diferentes y que remiten a velocidades de desplazamiento muy diferentes. Las maquinas no pueden meterse en el territorio peatonal ni los peatones pueden meterse en el territorio de aquellas. De hacerlo, en ambos casos, siempre hay quien resulta perjudicado con lesiones sumamente graves o pagándolo con la vida. De las noticias continuas de victimidad, la de tráfico sigue siendo la más constante. Conductores o no, los habitantes de la modernidad tecnológica sabemos que las probabilidades de accidente por usar transportes rodados nos afectan en un índice u otro. El margen de maniobra biográfica ha de contar con la inclusión en la probabilística de la fatalidad. Semanalmente estamos al corriente de las victimas de tráfico, también lo estamos de las mujeres muertas a manos de sus partners o expartners, de algunas guerras también se nos da el balance numérico de los muertos, y de catástrofes llamada naturales (huracanes o desbordamientos) también estamos al día. De los muertos por suicidio, silencio total; otras estadísticas de mortandad relacionadas con malos hábitos de trabajo y de alimentación, también hay bastante silencio. La discriminación estadística está extendida al campo de la muerte e indirectamente al de la vida al substraerle el conocimiento de las autenticas verdades sobre la causalidad de aquella.

Durante la mayor parte de la historia del automovilismo a las muertes en carretera se les llamó accidentes. No ha sido hasta recientemente que se contempla la criminalidad por la conducción indebida (bajo efectos etílicos, por apuestas de rallys o manejar contra-sentido). Para que haya una víctima o se produzcan víctimas no es necesario que concurra un criminal que busque personalizarla. Hay irresponsables que devienen criminales aunque esa no fuera su intención lo mismo que negligentes que se convierten en víctimas de sí mismos que no buscaban serlo pero que lo fueron a causa justamente de su negligencia.

Aparentemente nadie se propone para estar en las coordenadas de ser víctima pero resulta que hay un tipo de personalidades más propensas que otras a serlo. También hay un tipo de profesiones que propician los roles de los victimarios que por inconsciencia o desconocimiento se prestan a ser eslabones dentro de procesos de malignidad que ocasionan daños a terceros. Gwen Olsen en Confesiones de una excamella de drogas R-X habla de su experiencia como profesional cualificada del medio farmacéutico que arremetiendo contra esta industria: una de las más florecientes en relación a otros sectores de la economía USA que dopa a una considerable población: 44millones de individuos con psicótropos. Propone la autoeducación a la vez que insiste en el concepto de desorden versus al de enfermedad. Gracias a informes como el suyo de individuos que estuvieron del lado de la antiética y que subordinaron la verdad a sus beneficios o a su ranking curricular para posteriormente arrepentirse por no poder continuar como cómplices de situaciones sin escrúpulos, se confirman que las críticas contra el sistema y sus productos fraudulentos van en una buena dirección.

Vivir en sociedad, eso que era prometido como la panacea para el auxilio interindividual de las vicisitudes ante los retos existenciales, se ha convertido en el primer de los peligros. Desde que el otro es visto como un potencial enemigo en lugar de cómo un potencial colaborador los miedos a la cooperación, a la alianza y a la asociación para compartir proyectos ha crecido. Eso ha inaugurado otra época para la victimidad puesto que una víctima potencial autopreventiva para no serlo toma medidas de precaución que pasan por su auto victimización en tanto decide no poder confiar en nadie.

Sea por factores hirientes de origen externo o por cálculos autoprotectivos de origen autógeno la víctima social se configura como el perfil dominante del humano moderno. Eso representa un salto conceptual cualitativo en relación a una definición más clásica en la que para que se diera una víctima tenía que haber un causante dado. La criminología en la novela policiaca simplifica las cosas. Para Witold Gombrocicz la novela policiaca es un intento de organizar el caos. La búsqueda del criminal es una ghimkhama atenta a las pistas hasta descubrir el responsable de un asesinato. En la vida real, saturada de transacciones comerciales y servicios, la figura del criminal como individuo singularizado, se diluye en un conjunto de eslabones que subdosifican la responsabilidad de un error. El comerciante que vende un producto defectuoso, de imagen impecable y retórica excelente, buen padre y que guarda las fiestas de guardar, hincha de su club y buen marido (todo ello sacado de la cantera de los adjetivos-cliché) no se ajusta al perfil del criminal de película, el observado por ejemplo por el personaje de James Steward en La ventana indiscreta. El criminal por definición es el que no le tiembla el pulso a la hora de asesinar o de pactar productos altamente contaminantes que puedan ocasionar enfermedades a miles o millones de personas. Sin embargo, la diferencia entre el criminal mafioso (el del crimen organizado) o el criminal a sueldo o que es capaz –se dirá que en su desesperación- de atravesarle el corazón a una empleada por la recaudación de la caja y el criminal implícito no intencional ha empantanado a las administraciones de justicia en callejones sin salida y a los juristas en discusiones interminables.

Rastrear el acto criminal lleva las cosas mucho más lejos en el tiempo que la evaluación de una situación en la que haya victimas. El proceso en el que desencadena una situación de victimidad puede empezar a mucha distancia geográfica y temporal. Cuando los terremotos desmoronan unas casas (con menor cantidad de cemento en su construcción porque alguien sisó las proporciones para beneficiarse tal como ocurrió en Izmit, Turquía en agosto de 1999 con más de 17mil muertos (cifra proporcionada por el gobierno) no consta que hubiera nadie que les hubiera disparado o que hubiera ido a sus casas a dinamitarlas, sin embargo todo un proceso anterior de construcciones de habitáculos mal planteadas formó parte del problema. Es muy distinto atribuir en exclusiva la victimidad a causas naturales a hacerlo a la alianza entre éstas y la negligencia profesional. En los terremotos en los que no se caen todos los edificios cabe inferir que los que están mejor construidos resisten a un movimiento sísmico.

Hoy día la negligencia es algo tan presente en la vida cotidiana y en los consumos más elementales y primarios que ir de compras, en particular de consumos de tecnología sofisticada, es correr el riesgo de caer en trampas. Un producto cuanto más complejo es menos fácil es evaluarlo, al menos en una primera toma de contacto sensorial. Se ha instaurado además un tipo de compra por catálogo incluso cuando se va in situ a un comercio y vende lo que representa una foto sin tener en su almacén el artículo pedido. Comprar por diferido a no ser de qué se conozca el producto es siempre un riesgo. La victimidad comercial es una de las más constantes y la legislación que no para de precisar normativas para reducirla garantizando la cualidad de servicios y artículos no aspira ni siquiera a acabar con ella. Siempre aparecerá el ultimo tipo no virtuoso que confundirá el gran negocio de su vida con estafarnos a los demás.

Las cosas se han puesto de tal manera que una parte importante de los productos comprados, un alto porcentaje dejarán de funcionar bien en el primer año u ocasionarán gastos de tiempo para acogerse a su garantía. Como que el criminal queda enmascarado por una especie de mano difusa de la firma de una empresa, ni él se siente como tal ni la sociedad tiene los mecanismos de corrección imperativa para que no siga cometiendo fraudo sistemático. Desde luego hay distintas formas de victimidad y categorías de víctimas: no es lo mismo ser asaltado a mano armada en una esquina a ser engañado por el comerciante con un producto que en tanto que no es su fabricante no asumirá la responsabilidad de que no funcione.

Las formas fraudulentas de trato es de tal magnitud que en cualquier lugar donde rige la corrupción como moneda de cambio diario (y la mayor parte de África y una buena parte de Asia están aun contaminadas con ella) que de todo y con todo se victimiza a quien se puede (los padres que van a adoptar niños a Camboya son las víctimas propiciatorias para burocracias e intermediarios y los cooperantes que van a África a ayudar con su solidaridad son extorsionados por policías). En una definición extensa de victimidad no hay nadie que pueda declarar alto y con firmeza que no lo es desde el momento en que sufre los engaños informativos y las deformaciones mediáticas además de recibir los pelotazos de las trolas de sus políticos o gobiernos de turno. En una definición intensa: las victimas peores son las que no pueden contarlo. Por suerte quedamos otras supervivientes que heredamos la voz de quienes ya la perdieron para siempre porque están muertos. Me gustaría compartir la tesis de Joan Subirats[1] acerca de la globalización de las resistencias y la solidaridad entre gentes y pueblos como un hecho patente que le lleva a concluir que un nuevo relato está en marcha. Demasiado triunfalista bajo mi punto de vista. Sí hay relatos en marcha de que hay mucha energía volcada para arreglar los desaguisados y males del mundo ocasionados por otros, pero son historias en las que vienen mezcladas procesos contradictorio: lo que una mano arregla la otra mano de la misma persona desmonta. El mundo no se divide en criminales y víctimas de un modo tan nítido, como tampoco es una división acertada la de buenos-malos sino que anda escindido en actos que propician la criminalidad (aunque se cometan dentro de la legalidad) y otros que nos dejan indefensos como víctimas. Por supuesto hay un reparto de las situaciones: siendo que unos son más propensos a la victimidad y otros a ejercer roles de victimarios. La idea estrecha que configura un cuadro tópico de una víctima así inequívocamente definida por recibir la agresión de otro igualmente claramente definida por su agresión (el marido que apuñala a su pareja por ejemplo) no se corresponde con la mayoría de situaciones de victimidad. Un simple impuesto de sucesiones elige a unos (los herederos) como victimas sobre aquello de lo que por biografía ya vienen siendo posesionarios y a lo que en muchas ocasiones han contribuido como patrimonio familiar, mientras que otros más conocedores del percal se las ingenian para evitarlo por otros vericuetos legales.

La criminología por su función se encarga del acto inequívocamente lesivo y se le escapa la mayoría de situaciones criminógenas que si bien directamente no atacan a la victima son factores cómplices de convertirla en tal por eso se queda en deuda con la victimología que estudia un espectro de mayor amplitud de variables distinguiendo las discriminaciones propiciatorias de los desarreglos sociales con los actos lesivos sucediendo la paradoja que la misma categoría de acto violento puede ser justo o injusto según si es causal o autodefensivo.

La perspectiva de la victimidad potencial está tan arraigada que forma parte del cuadro de miedos con los que la sociedad educa a sus vástagos. Psíquicamente antes de que un sujeto pueda llegar a ser en el curso de su biografía víctima de un tercero puede serlo de sí mismo o por su entorno familiar con excesos preventivos que le generan inseguridad permanente. Anna Freud (Le moi et les mecanismes de défense) trató de hacer el inventario de los mecanismos de defensa. Además de la sublimación, considerada como tópica, ella encuentra 9 procedimientos (la represión, la regresión, la formación reactiva, el aislamiento, la anulación retroactiva, la proyección, la introyección, la autoagresión y la conversión en lo contrario.) mediante los cuales el enfermo se defiende y que al combinarse determinan los diferentes tipos de neurosis. Como se ve, cada una de estas conductas son muy conocidas y rastreadas en los diversos tipos de personalidad dentro de una civilización llamada normal. Neurológicamente Raty Dolan encontró que la amígdala está involucrada en la mediación inconsciente de las respuestas emocionales aprendidas, cuando ni siquiera es sabido si ha sido visto al amenazador. El temor fantasmático es un hecho que ocasiona autovictimidad. Un exceso de prevención no solo no ayuda a ir contra lo que se previene sino a crear un daño mayor protegiendo a los individuos de sí mismos condenándolos al déficit de su potencialidad de creatividad. Así como un cierto tipo de orfandad y falta de caricias provocar el déficit de crecimiento (Spitz en L´hospitalisme demostraba como todo abandono puede provocar déficits fisiológicos) la inoculación del miedo al peligro además de no prevenir de este desencadena un enanismo mental con la condena a la inseguridad crónica.

De las dos clases de victimización, de una es directamente responsable el medio con sus trampas y fraudes, sus psicópatas y homicidas y de la otra los intermediarios entre el sujeto a proteger y el medio del que protegerlo. El sujeto por si mismo se ajusta a conductas aprendidas aunque bien es cierto que hay temores instintivos (a los ruidos, a los excesos de luz y calor o a los cambios bruscos corporales). En cuanto al primer grupo no todos quienes hacen daño a otro tenían la intención ni habían previsto hacerlo pero acaban matando por unas monedas o produciendo lesiones físicas irreversibles. Se ha ensalzado mucho algún tipo de código de honor de alguna clase de criminales o de clanes. Lo cierto es que el que ataca, roba, mata es una figura prototípica que está presente en todos los ecos y literaturas. Contra ella hay suficiente prevención, en cambio uno está totalmente desarmado ante el equipo quirúrgico al que se acude por una rinoplastia y se termina el resto de la vida con una parálisis total por negligencia profesional. En este caso la victimización se extiende más allá del sujeto afectado en cuanto que ha sido gravada su familia por el pago de las costas del juicio y dejando exonerado al profesional responsable de todo ese dolor. El gradiente de victimidad es tan complejo y extendido y la impunidad es tan absoluta que una víctima sabe que tiene pocas oportunidades legales –en el caso de que sobreviva al crimen- de hacer valer sus intereses e incluso teniéndolas queda comprometida toda su vida y la de su entorno.

Los tres tipos de victimidad hasta ahora referidos (la agresión externa incluida la legal, la preinscrita en el código cultural y la autoagresión) permiten enfrentarla de una forma más coordinada y eficaz partiendo de las conexiones entre ellas y de su covariación desde la posición predisponente de sufrir en una desde la concurrencia del sufrimiento en otra. Lo cierto es que hay factores de predisposición al peligro así como los hay a la autolesión involuntaria. Estudiar la recurrencia de causas endógenas y su conexión con las exógenas debería permitir hacer cálculos de reducción tanto de la victimidad como de la criminalidad.



[1] Catedrático de ciencia política de la UAB.

No hay comentarios:

Datos personales