La poesía no puede ser explicada, de serlo termina en el campo del ensayo.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La palabra revalorada como estímulo

La palabra revalorada como estímulo.JesRICART

La disyuntiva o que separa vocablos como opciones diferentes, en la práctica lingüística los junta equívocamente como sinónimos. Mente y personalidad son dos palabras que refieren a situaciones distintas, mencionarlas con la vocal “o” entremedio (“mente o personalidad”) tal como hace Alfonso G.Arreola crea la sensación de una equivalencia. La personalidad presupone una mente pero la mente está implicada en otras instancias que extralimitan la personalidad. Una confusión extra es cuando se habla de mentalidad o de mentalización refiriéndose a las formas de pensar o de concienciar respectivamente. Si bien la mentalidad se refiere a una manera de pensar y ésta está directamente ligada a la personalidad el universo de lo mental es mucho mas complejo y extenso que la manera personal especifica de vivir y actuar. La terminología neurológica intenta precisar más que la psicológica que se ha dejado influenciar por un vocabulario humanista que maneja una enorme cantidad de palabras que no por pertenecer a la recursividad pública evita de tenerlas que definir cada vez que las usa cada hablante en contextos científicos o filo científicos. .Ciertamente toda la comunidad hablante usa o al menos puede acceder al uso de los mismos léxicos pero con resultados comunicaciones diferentes ya que cada cual parte de intenciones de significado distintas, no con todas las palabras, desde luego pero sí con aquellas más abstractadas y que tratan de referir el universo de las esencialidades (alma, conciencia, espíritu, verdad,…incluso con algunas tan banalizadas como persona, dignidad, conciencia, ética, sufrimiento,…) No deja de ser una paradoja que el lenguaje creado como el instrumento de entendimiento mutuo -al que llegara la inteligencia humana- sea también un fondo de confusiones, que va a más, por las distintas literaturas a las que ha dado a lugar y por cada manera personalizada de entender las palabras y las formas de combinarlas. El lenguaje es además lo que más expresa la personalidad del hablante y un indicador inmediato de su cultura y su formación.

El anhelo de tener una semántica con exactamente el mismo significado para todos los/las hablantes que la refieran es un antiguo deseo. Tanto que está, presuntamente, en el origen de cada palabra creada. Pero con las palabras sucede lo mismo que con los estímulos, que generan sensaciones diferentes según se trate del observador que sea impresionado por ellos. Más desde la psicolingüística que desde la lingüística, el lenguaje es un continuum dentro de una clase de parámetro estimular que lleva a la toma de reacciones diferentes según las sensaciones (evocaciones de recuerdos más formación intelectiva en la traducción de cada significado) desencadenadas. Explicándolo mejor: una misma palabra con un significado exacto, en tanto que un objeto externo a quien la lee o escucha, puede generar interpretaciones distintas aun conociendo ese significado. Eso es así porque una palabra, que suele venir junto a otras, tiene un margen variable de significación en relación a las demás con las que viene contextualizada. Podríamos buscar una analogía en la gastronomía de la que todo el mundo tiene (sin necesidad de tener titulaciones gastronomías ni haber comido en los más afamados restaurantes) la experiencia directa de conocer el valor distinto de una especia o un condimento según su combinación con los alimentos. La escala de sabores varía según esas combinaciones y el gusto subjetivo. Volvamos al lenguaje empleado con intencionalidad comunicativa. Como que además del significado especifico de una palabra en sí tiene su curriculum oculto –o no evidente- de su significante que interioriza cada hablante a su manera tenemos que: una misma palabra con un mismo significado para dos o más hablantes pero con significantes distintos para cada uno de estos lleva a que la comunicación no sea un proceso tan controlable ni predecible debido a la enorme cantidad de variables a las que da a lugar por ese arco de significaciones subjetivas que pueden ser tan diferentes.

Las tentativas y esfuerzos de avanzar en inteligencia, lo cual requiere condiciones de más sensibilidad y darse cuenta de todo (de todos los detalles ambientales y personales, propios y los de los demás), supuestamente van a dotar de más capacidad comunicativa al ser humano entre ellos, pero la inteligencia sola no bastarás, como no ha bastado hasta ahora para acabar con animadversiones y antagonismos que han llevado a los peores y más dolorosos fracasos. Además de la precisión científica en lo que se emprenda se necesita de una delicadeza a prueba de toda clase de ataques que mantenga la sentimentalidad fuera de todo revanchismo. Uno de los factores de porque hablando no se entiende (ni siempre ni con garantías absolutas) la gente es porque intervienen factores emocionales que llegan a empujar incluso a que los significantes individuales puedan ser opuestos a los significados de las palabras y frases con las que coloquian. Esa diferencia tan señalada y demostrada en, absolutamente, todo: no hay una gota de agua idéntica a otra, ni un microorganismo igual a otro, ni –seguramente- una célula a otra, es el gran milagro de la naturaleza con todas sus diversidades que nos hace a cada una de sus expresiones, vivas e inorgánicas, incluidos nosotros los humanos, en entidades excepcionales.

Aun imaginando una civilización futura más avanzada con la ciencia incomparablemente más desarrollada y una tecnología fantástica se hace difícil asegurar que el lenguaje allá fuera tan completo como para que no diera lugar a equívocos a no ser de que la estandarización (o robotización) de sus habitantes no los evitara. En tanto que el proceso existencial convoca a cada instante (en el sentido literal, al ritmo de cada segundo) nuevos factores que dan lugar a nuevos eventos que hay que denominar de algún modo, el lenguaje va a continuar siendo un proceso vivo de cuantificación de palabras y de maneras de gestionarlas. Continuarían ingresando pues en el universo estimulario tal como lo vienen haciendo ahora. Por ahora lo mas que se puede esperar de un futuro paradisiaco es que los hablantes no las utilicen de maneras perversas para generar confusiones o para lastimar sensibilidades. La complejidad de la existencia fenoménica es de tal magnitud que no se puede esperar que el lenguaje no sea asi mismo altamente complejo si se va mas allá del mero ámbito de las denominaciones y de las descripciones de cuadros anecdóticos. Joaquín Araújo expone una evidencia que no se puede ignorar: la vida es tan compleja que todo lo que contiene el diccionario no es suficiente para explicarla. La mayoría de cosas no tienen nombre para ser nombradas. Basta una comparación entre dos registros numéricos: si el castellano tiene alrededor de 300mil palabras; se refiere, en cuanto a especies de formas de vida, de un mínimo de 10millones y de una máximo de 100[1] . Si este déficit lexical existe en cuanto a objetos señalables, nada se opone a pensar que también existe en cuanto a objetos mentales como sutilidades del pensamiento. Si las cifras fueran equiparables del orden de millones de sensaciones por definir y por bautizar, el volumen de deslinguación o desvocabularización –si se puede llamar con esos dos neologismos- de los experimentado y sentido, es verdaderamente notorio. No es extraño que la actividad neologística sea inevitable e inherente dentro de los procesos de reflexión e investigación del racionalismo y la sentimentalidad. Nos consta que cuanto más justo y preciso sea el lenguaje más habitable será el mundo si junto a esta precisión concurre la honestidad intelectiva y el amor por las palabras válidas que no diera lugar a la manipulación. En cierta manera es lo mismo que pasa con el resto de estímulos (es decir, con todo). Un estímulo presentado del modo más preciso (para eso hay que acudir a las condiciones de laboratorio donde todo es pulcro y sometido a control) solo puede dar lugar a una reacción y solo a una (el calor quema, los dedos se pegan al hielo, la intensidad lumínica ciega o a una determinado temperatura los materiales se derriten) sin embargo cada uno de estos fenómenos fundamentalmente físicos en cuanto tienen variantes los resultados pasan a ser otros (hay quien camina sobre las brasas con los pies descalzos y quien se tumba en camas de clavos y quien escruta los rayos solares con la vista convenientemente protegida). Por preciso que sea el estimulo en cuanto a control de sus constantes tampoco desencadena una misma reacción. Una taza de té que sienta estupendamente a primera hora del día sienta de una manera distinta a última hora. Es la misma taza y el mismo té pero el individuo (inevitablemente ciclotímico) no es el mismo a una hora que a otra. Lo mismo se puede decir con todos los ejemplos que se nos ocurran. El estimulo tan pretendidamente objetivo queda cuestionado en esta objetividad al pasar a tener propiedades diferentes según el contexto. Se puede decir algo parecido de las palabra en su condición de estimulativas. La misma palabra que en un momento dado viene a auxiliar una situación en otro momento la viene a complicar. La que en un momento reconforta en otro puede resultar hasta ridícula. Esa varianza del poder del estímulo es lo que lleva a una necesidad militante continua de redefinirlo en lo que es, en lo que era y en lo que pudiera ser. La misma cosa es cuando menos tres cosas en relación a estos tres tiempos. Y el observador, el individuo (que no deja de ser una cosa) con su variabilidad perceptiva y su caudal de significantes que le son inherentes a su personalidad y a los valores en los que cree, dan por resultado una extensa amalgama de posibilidades que hace complicada (en realidad, desestimable) la conclusión consensuada de todos ante todo. Eso prepara al ser humano para un futuro que no dejará de ser de disensiones, el reto será, como lo es ahora, en no convertirlas en antagonismos lesivos.

El conjunto de estímulos recibidos por la sensorialidad no son por azar. Los habitantes urbanos sabemos que estamos expuestos a un conjunto de ellos no deseados y con los que sin embargo nos los encontramos a diario. De esta continua exposición a ellos también aprendemos a como soportarlos y los más aversivos a neutralizarlos, lo cual no deja de ser una coexistencia pacífica con lo que no gusta o no se quiere. Leonard Duhl, psiquiatra y urbanista, -promotor de la fundación internacional para ciudades saludable- sostiene que las ciudades no se diseñan para ser habitables sino para que las empresas promotoras obtengan beneficios. Obvio. Imaginemos un mundo en el que los espacios fueran diseñados para facilitar la coexistencia y la convivencia en lugar de hacerlo para complicarlas, probablemente la percepción intersubjetiva de los mismos eventos seria mas semejante. Algo parecido se puede decir con relación a las palabras si en lugar de ser usadas como armas arrojadizas de los unos contra los otros lo fueran para -combinándolos entre todoas- aprender a copensar las realidades compartidas beneficiándonos colectivamente de las contribuciones individuales.



[1] Otros,el país 060898

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