La poesía no puede ser explicada, de serlo termina en el campo del ensayo.

martes, 30 de noviembre de 2010

Los valores desvalorados

La ética es un plato de conceptos que no termina nunca de estar del todo cocinado. La ambivalencia de cada valor  que se traiga a colación, que se cite, enumere y enliste, complica el alcance de una conclusión terminada, por muchas declaraciones intermedias que se hagan a favor de unos principios fundamentales. Desde la Grecia antigua -de la que nos hicimos una imagen un tanto bucólica con sus pensadores dedicados a pensar- a la actualidad tras pasar por multitud de vericuetos históricos en los que se han trasegado palabras magnas dedicadas a las grandes convenciones- la concepción ética no parece que haya avanzado tanto. Arrastra un déficit conceptual y se ha banalizado a unos cuantos enunciados genéricos no tan lejanos de las morales tradicionales. Es difícil construir un cuerpo ético de carácter universal vinculante de todos los seres humanos porque no hay un consenso de la definición del Mal. Ante un malicioso ataque externo cargado de maldad si el atacado neutraliza al atacante resultando herido (o muerto) ¿de qué lado está el mal? En los disgustos sobre la guerra el cristianismo que inicialmente fue la cuna de una visión pacifista y no combativa contra la violencia del otro (pon la segunda mejilla) terminaría por defender teóricamente la guerra como salvoconducto de supervivencia frente a los adversarios. Agustín de Hipona no tuvo dudas en defenderla. Tomas de Aquino también hablo de la licitud del recurso a las armas. Un asunto es la defensa primera del principio de no a toda violencia y guerra que expresa técnicamente una negación al mal y otro es la supuesta perpetuidad incondicional de ese predicado.
Ha habido males no neutralizados a tiempo que se complican y convierten en mayores. Ese reconocimiento está detrás del esquema predominante de la guerra preventiva (que se viene potenciando desde este siglo) y el de pertrechar una sociedad maxicontrolada con el pretexto de que sea segura. Lo cierto es que la violencia no para de crecer y los actos malévolos se encadenan unos a otros. En el balance de los daños ¿dónde está la diferencia entre quien participa activa y conscientemente de un proceso de maldad y quien no quiere ver más allá de su inmediatez para que su conciencia no le atormente? En Good de  Vicente Amorim a partir de la obra de C.P.Taylor, el personaje protagonizado por Viggo Mortensen es el de un tipo apocado, un académico que acepta un cargo en las SS, por la vanidad que le representa ser vanagloriado por su obra escrita. Para cuando se da cuenta de la barbaridad genocida del partido nazi ya es demasiado tarde. La paradoja de esa historia es como un hombre bueno puede ser cómplice de una maquinaria de maldad. Es conocido como muchos intelectuales conservaron sus cargos en la Alemania del nacionalsocialismo acatando las ordenes del nuevo poder y algunos aceptando su ideario, entre otros Heideguer, cuya estupenda propuesta para lo que se dio en llamar existencialismo no lo exoneraría de su responsabilidad participativa.
Participar del mal no requiere como condición concurrente la consciencia total de estar al corriente de tal participación. De hecho, hay un vasto interregno entre esa conciencia total que no se acepta y una displicencia en el autoanálisis de las propias actitudes, no fuera a ser que el reconocimiento autocrítico de las implicaciones obligara a retirarse a tiempo. Las cosas se han complicado tanto que en la misma doble condición de productores y consumidores las extensas masas proletarias participan como cómplices directas de un sistema contra el que pelean por la vía del sindicalismo. Cualquier consumidor (todos pues, salvo los eremitas perdidos –si los hubiere- que se alimenten del jugos de raíces) en el acto de consumo ya puede estar participando de un proceso malévolo aunque no tenga la menor malicia. Comprar productos en occidente que han sido fabricados por manos de niños explotados es un ejemplo típico. El consumidor no sabe todo de aquel producto que se lleva a la mesa del comedor o a sus estanterías. Sucumbe ante su forma y su precio, valora su función, pero deja fuera de su reflexión quien lo hizo y bajo que focos de control tuvo que hacerlo.
Los valores en occidente están sellados por la potencia económica de alcanzarlo todo, sea lo que sea y a cualquier precio. Cursan y se entraman dentro de una parafernalia fraseológica de generalidades que mencionan lo del respeto, lo de la paz y la concordia, lo de la verdad, lo del amor…sin que todo esto tenga una fuerza vinculante suficiente para garantizar un mundo tranquilo. Lo más patético es que quien se alza como mal contra el otro no lo hace aceptando esa etiqueta ni su rol destructivo. Lo que para una mirada es destrucción para otra es regeneración, lo que para una valoración es genocidio para otra es limpieza étnica.
En el campo expresivo los valores pueden tratar de ser consensuados (de aquí que existan declaraciones universales contra las ejecuciones sumarias, la falta de libertad o la tortura) en el campo de las fuerzas reales en pugna, toda convención queda en suspenso ante la emergencia de necesidades nacionales así catalizados por los estados al mando (sigue el ilegal campo de concentración en Guantánamo o la guerra contra Afganistán).

El mal no empezó con las armas de fuego ni siquiera con la quijada de Cain contra su hermano, si acudimos a la leyenda. El acto físico de fuerza contra otro ser es la consecuencia de una actitud dotada para ese ataque. Es la actitud la que hace la aptitud o crea una potencia de lucha. No falta quien ha encontrado y quiere encontrar  en las gestas de las armas una excusa para su gloria personal. Goethe interpelado por Napoleón le preguntó, éste,  por qué se empeñaba en seguir escribiendo dramas, cuando la verdadera tragedia estaba en la política. Son conocidos los delirios de grandeza que han llevado a la picota o a la muerte a millones de personas por la satisfacción de egos superlativos. Grandes gestas que han pasado como la extensión del mundo civilizado a las geografías de los bárbaros  como el expansionismo de Grecia con Alejandro el Magno se encontraron con sofisticaciones que les superaban. A más de 2mil años la cultura occidental sigue participando de un mal cultural al creer que la cuna de la civilización empezó en el mediterráneo desestimando el saber de otras latitudes. Esa cultura está anclada desde sus orígenes en aspiraciones invasivas sustentadas en la falsa presunción de la inferioridad de otros pueblos o razas. ¿de qué otro modo se hubiera armado el mal sino con la convicción de que aquello a lo que atacaban era peor? El esquema sigue prevaleciendo.
La relatividad de los factores hirientes lleva a posicionamientos totalmente opuestos cada uno de ellos amparándose por su lado con su bandera moralista particular. Vamos a poner a prueba un enunciado clásico en relación al respeto a la vida: matar está mal y por consiguiente tiene que ser reconvenida la conducta que mata. ¿Estamos de acuerdo en eso? Si ese enunciado genérico satisface suficientemente las culturas que se autosuponen progresistas, de él se deriva que la mayoría de humanos somos malignos en tanto que participamos de la mortandad de seres vivos seamos o no directamente sus matarifes. Se puede objetar que el predicado se refiere solo a no matar humanos. Okay, prosigamos: si matar a humanos está mal, todos los soldados que disparan para defender su país de una invasión extranjera o todos los que matan en defensa propia ante sus agresores, son malignos. No hay que desarrollar demasiado esa línea para entender rápidamente que todas las muertes son distintas y cada acto de matar lo es a su manera y por sus razones desplegando una casuística que necesita algo más que un código único para ser comprendida en toda su  amplitud. Pero la muerte que pasa por quitar a la fuerza la vida de otro no se reduce a la escena del disparo o del asesinato. Hay formas indirectas que producen ,muertes y cuyos responsables pasan por ser los señores impecables de grandes negocios. ¿Quién es peor, quien trafica con armas o quien las emplea; quien pone a circulación drogas o quien se violencia durante un episodio de crisis de abstinencia, quien hace de prostituta para pagar su deuda con la mafia que la ha esclavizado o su proxeneta? El tráfico de armas, drogas y mujeres (por este orden) son los negocios que más dinero mueve en el mundo pero si existen como negocios es porque en cada uno no faltan clientes. En última instancia toda la pirámide de lo maligno descansa en el consentimiento, la ignorancia y la negligencia de cada tipo exiguo que con su consumo parcial o su adhesión a una práctica mueve la enorme maquinaria de una sociedad peligrosa y peligrosamente alienada.
 Deducir que una discusión sobre ética ampara todas las elecciones personales posibles habrá tenido en cuenta mas su cancha relativista que no sus pautas prohibicionistas. Las civilizaciones se han consolidado sobre la base de represiones (el totemismo ya las instauró) concretadas en inhibiciones tácitas y en códigos de prohibiciones expresas  mientras que la libertad ética quiere colocar en la sede de cada individuo soberano, recreado sobre la base de su educación en la responsabilidad, su capacidad para las elecciones maduras. Sin embargo venimos asistiendo a un fracaso de la pedagogía aplicada. Por si misma la sociedad no evoluciona y por otro lado a los individuos nos disgusta ser prohibidos apelando a que se confíe en nosotros.  A la ética más y mejor elaborada le toca concretarse en códigos limitativos. La denominación semántica del límite pasa por la negación, por un no-hacer. Quien no ha aprendido a interiorizarlo en su praxis conductual otro (más sabio y con más poder) se lo va a imponer. Ese no es el problema, el problema es quien detenta el poder imponga, con esa excusa, las limitaciones a la libertad y a la creatividad y en suma a la autorrealización humana.
Mientras la ética espontánea no se universalice, (entendida esta como la revaloración y adaptación de los valores que más han demostrado sustentar la felicidad) los códigos represivos no solo continuarán sino que aumentarán. Al hablar de represión (impuesta o autoinducida) y de códigos prohibitivos es que se está partiendo de la interpretación de un ser humano incompetente que necesita ser limitado. Esa fue y sigue siendo la tesis privilegiada de las tiranías de distintas clases que, como sabemos y la historia ha demostrado, colocó en el desprecio creativo de los demás el argumento a favor de un caudillo o furher  Es un tema sumamente delicado ya que puede cargar de argumentos las artillerías de un nuevo fascismo. Mientras un individuo por su propia cuenta no sepa manejarse en sus interacciones con los demás, los demás –o sus representantes- deben reconducirlo para que no sea un peligro público. Es así que el código de tráfico (mucho más desarrollado que los códigos cívicos) establece sin ningun género de dudas las señales de prohibiciones explicitas, claramente separadas y no negociables, de las informativas y las sugerentes. Eso no pasa de pautar la coexistencia pacífica que al menos deja a salvo los comportamientos correctos de la lesividad potencial de los incorrectos. No será hasta la  superación de la noción de individuo neutralizado en sus desmanes por un lado y la del individuo protegido por su desamparo por el estado que se podrá hablar de un sujeto perfectible colocado en un proceso de evolución, esta vez sí, hacia su paz. A Mary Schelley con su relato Frankestein: el Prometeo moderno, se le atribuye el nacimiento de la neuroética. (había leído a Erasmus Darwin sobre la creación de la vida artificial). Su tesis es que la perfectibilidad del hombre da lugar a un monstruo. El monstruo todavía no ha sido superado, por eso la imaginería humana busca desculpabilizarse buscando la monstruosidad en otros que ya no pertenecen a la especie: desde zombies a la leyenda del King Kong que se reversiona de otras maneras. Convertirse en espectadores de un mal como otra forma de consumo puesto en las pantallas (cine de terror, realities shows, inventarios de sucesos criminales,…) aliena sobre los actos de protagonismo propio con el mal. Hay historias del siglo pasado que aun no han sido totalmente analizadas ni sus criminales depurados. De lo sucedido en Camboya se refiere como la historia de un crimen olvidado[1]. Algo semejante se puede decir de todos los países que van dejando pasar generaciones sin que haya habido reconocimientos de culpas y responsabilidades históricas en el crimen y sin la presión de la justicia para juzgar y condenar a los culpables.
La discusión sobre ética es tanto más fácil cuanto más teórica es y mas distancia (desde la sala de reuniones o la academia) toma con el crimen en directo. Ante la figura maligna, el criminal, el sujeto antiético, el humano anti-persona; además del encomio de una solicitud ingenua: “no vuelvas a hacerlo nunca más” toca imponer algún tipo de garantía para que su crimen no se repita. La relación entre un crimen consumado y la falta de valores en la estructura psíquica de personalidad del criminal está demostrada. La chica que unos diez años después de ser descubierta como asesina de su bebé enterrada dentro de una maleta (y por cierto con toda clase de pistas para ser localizada) confiesa que lo hizo por sentirse agobiada qué clase de individuo es: ¿cómo volver a aceptarla como un miembro de pleno derecho de la sociedad? Además de ser reeducada en valores humanos (aceptemos que hay hijos de humanos de la tierra que no son ni aspiran a ser personas) debería consagrar 50 o 60 años posteriores a trabajar en la reparación de su conducta.
El discurso protoético es bastante más que una jerigonza filotemática del asunto que nos trae. Las palabras no son naderías y los principios no pasan por relinchar como si eso fuera una garantía de su cumplimiento. El combate contra la sinrazón está lejos de terminar y un mundo de personas está en proceso de diseño conceptual todavía. A diario hay noticias de faltas éticas además de transgresiones a la lógica y a los comportamientos correctos. Lo peor es que a diario sigue habiendo maneras opuestas de calificar cada hecho, cada acto y cada comportamiento. Los valores están apuntados, dichos y repetidos hasta la saciedad, de la que la cultura es deficitaria es de su revaloración y reactualización.


[1] Saloth Sar (Pol Pot) detentó el poder durante 44 meses que dejo un saldo de 2millones de muertos en Camboya.

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